lunes, 1 de junio de 2015

Thomas Alva Edison: Las muñecas del terror



La primera vez que se utilizó un disco grabado, con la intención de entretener, fue en las muñecas creadas por el conocido inventor Thomas Alva Edison, en 1890.

Aquel juguete resultó ser todo un fracaso. Las niñas que las utilizaban quedaban al borde del trauma, al oír aquellas aterradoras voces salir de lo que parecían pequeños seres cobrando vida. Las grabaciones emitidas eran canciones de cuna que, lejos de ayudar a conciliar el sueño a las pequeñas, conseguían que no volvieran a dormir plácidamente durante algún tiempo.

Por los motivos que ya he comentado, además de por lo complejo de su funcionamiento (a pesar de que se accionaba dando cuerda en la parte posterior), su producción fue un auténtico desastre, apenas duró unas seis semanas. Debido a la primitiva tecnología de la época, era necesario recitar la canción cada vez, para grabarla en cada una de las muñecas.

En la actualidad, Robin y Joan Rolfs son los propietarios de las dos muñecas que se conservan hasta nuestros días. De una de ellas se ha logrado reproducir la grabación del disco. Esto ha sido posible gracias a la tecnología conocida como Irene (siglas en inglés de “Image, Reconstruct, Erase Noise, Etc.” o “Imagen, reconstruir, eliminar ruido, etc.”), desarrollada por el físico de partículas Carl Haber y el ingeniero Earl Cornell en Lawrence Berkeley. La grabación que se conserva está considerada como el registro más antiguo de una voz femenina.

125 años después de esa grabación se pudo escuchar la voz de una niña que decía lo siguiente (en inglés):

    "Había una niña pequeña, y ella tenía un rizo pequeño, justo en el medio de su frente. Cuando ella era buena, era muy muy buena. Pero cuando era mala, era horrible”

Terrorífico ¿Verdad?



A continuación os facilito una reproducción del sonido emitido por las muñecas. Es una lástima que haya perdido la calidad original, pero uno puede hacerse una idea de lo que pudo sentir alguna niña al accionar el mecanismo de aquella, ya de por sí, aterradora muñeca. A finales del siglo XIX, tumbada a oscuras, sola, en su cama, con la intención de conciliar el sueño.




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