lunes, 30 de marzo de 2015

La Regla Primitiva de los Templarios



Templarios: Breve descripción

La Orden del Temple (también conocida con el nombre de Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón), cuyos miembros son conocidos como caballeros templarios, fue una poderosa orden militar cristiana de la Edad Media. Fundada sobre el 1118 o 1119 por nueve caballeros franceses liderados por Hugo de Payens tras la Primera Cruzada. Su función original era la de proteger las vidas de los cristianos que peregrinaban a Jerusalén tras su conquista.

La Regla primitiva de la Orden del Temple

Una vez quedó establecida la Orden del Temple se le encargó al monje cisterciense francés, y abad de la Claraval, Bernard de Fontaine (conocido por Bernardo de Claraval), la redacción de un reglamento para todos los Templarios.

Nota importante:

El reglamento que adjunto a continuación ha sido extraído de un artículo del Licenciado en Geografía e Historia Carlos Pereira Martínez, autor de Los Templarios: Artículos y ensayos y Los clérigos en la Edad Media, entre otras obras. Existen varias versiones del texto en castellano.

No soy partidario de “copiar” información de otros autores. Prefiero redactar mis propios artículos, con mis ideas y conclusiones. Pero al tratarse de un reglamento, poco tendría yo que añadir o modificar. Es lo que es. Me limitaré a publicar la Regla en sí, obviando el Preámbulo.

Quiero señalar que no se publica con ningún fin lucrativo, sino meramente divulgativo. El texto original del reglamento lo redactó, como se ha comentado, Bernardo de Claraval.


I. Cómo se ha de oir el oficio divino.
Vosotros, que renunciasteis a vuestras voluntades para servir al Rey Soberano con caballos y armas, por la salvación de vuestras almas, procurareis siempre, con piadoso y puro afecto, oír los maitines y todo el oficio según las observancias canónicas y las costumbres de los doctos regulares de la Santa Ciudad de Jerusalén. Por eso, venerables hermanos, Dios está con vosotros, porque habiendo despreciado al mundo y a los tormentos de vuestro cuerpo prometisteis tener, por amor a Dios, en poca estima al mundo; así, saciados con el divino manjar, instruidos y firmes en los preceptos del Señor, después de haber consumado y concluido el misterio divino, ninguno tema la muerte. Estad prestos a vencer para llevar la divina corona.

II. Si no pudiesen asistir a oír el oficio divino, que digan las oraciones
Si algún hermano, por necesidades de la casa o de la cristiandad oriental, que sucederá a menudo, a causa de tal ausencia no pudiese escuchar el oficio divino, debe rezar por maitines trece padrenuestros, por cada una de las horas menores siete, y nueve por vísperas, ya que, ocupados en tan saludable trabajo, no pueden acudir a la hora competente al oficio divino; pero si pudiesen, que lo hagan a las horas señaladas.

III. De los hermanos muertos
Cuando algún hermano falleciese, cosa que nadie puede evitar, mandamos que los clérigos y capellanes que servís a Dios sumo sacerdote ofrezcáis caritativamente y con pureza de ánimo el oficio y misa solemne a Jesucristo, por su alma; y los hermanos que allí estuvieseis pernoctando en oración por el alma del difunto, rezareis cien padrenuestros hasta el día séptimo, contando a partir del día de su muerte ¡quien lo supiera! con fraternal observancia, porque el número siete es número de perfección. Y aun os suplicamos, con divina caridad, y os mandamos con autoridad pastoral que, así como cada día se le daba a nuestro hermano lo necesario para comer y sustentarse, que esto mismo se le dé en comida y bebida a un pobre, hasta los cuarenta días. Todas las demás oblaciones que se acostumbran a hacer por los hermanos, así en la muerte de alguno de ellos como en las solemnidades de Pascua, las prohibimos totalmente.

IV. Que los capellanes solo tengan comida y vestido
La totalidad del cabildo común os ordena que deis toda clase de ofrendas y limosnas, de cualquier manera en que éstas puedan ser entregadas, a los capellanes, clérigos y demás religiosos que permanecen en la caridad por un término fijo. Según la autoridad de Dios Nuestro Señor, aquellos que sirven a la Iglesia sólo pueden tener comida y ropa, y no pueden atreverse a aspirar a nada más salvo cuando el maestre desee entregarles cualquier cosa impulsado por la caridad.

V. De los caballeros difuntos que asisten con ellos
Aquellos que sirven por devoción y permanecen con vosotros durante un término fijo son caballeros de la casa de Dios y del Templo de Salomón; así pues, movidos por la piedad rogamos y en última instancia ordenamos que, si durante su estancia el poder de Dios se llevara a cualquiera de ellos, un mendigo sea alimentado durante siete días por el bien de su alma por el amor de Dios y en nombre de la compasión fraterna, y cada hermano de esa casa debería rezar treinta padrenuestros.

VI. Que ningún hermano que queda haga oblación.
Además, deberíais profesar vuestra fe con el corazón puro día y noche para que así podáis ser comparados en este aspecto con el más sabio de todos los profetas, el cual dijo: “Calicem salutaris accipiam”. Lo que quiere decir: "Aceptaré el cáliz de la salvación". Lo que significa: "Vengaré la muerte de Jesucristo con mi muerte. Pues igual que Jesucristo dio su cuerpo por mí, de la misma manera yo estoy dispuesto a entregar mi alma por mis hermanos". Esta ofrenda es digna y conveniente, porque es un sacrificio en vida que mucho complace a Dios.

VII. De lo inmoderado de permanecer de pie
Nos ha contado un testigo veraz que escucháis el oficio divino de pie, inmoderadamente. Mandamos que no lo hagáis, antes lo vituperamos. Así, concluido el salmo “Venite exultemus Domino”, con el Invitatorio e Himno tanto los débiles como los fuertes os sentaréis, y os lo mandamos para evitar el escándalo. Y estando sentados, solo os levantaréis al decir “Gloria Patri”, al acabar el salmo, suplicando, vueltos hacia el altar, bajando la cabeza por reverencia a la Santísima Trinidad nombrada; y los más débiles llega con que hagan la inclinación sin levantarse. En el Evangelio, en el “Te Deum laudamos”, y en todas las laudes, hasta el “Benedicamus Domino”, estaréis en pie, así como en los maitines de Nuestra Señora.

VIII. De la comida en el refectorio
Comeréis en el refectorio. Cuando os faltase alguna cosa, y tuvieseis necesidad de ella, si no pudieseis pedirla con gestos hacedlo silenciosamente. Siempre que se pida algo estando en la mesa ha de ser con humildad, obediencia y silencio, como dice el apóstol:. “Come tu pan con silencio”; y el salmista os debe animar diciendo: “Puse a mi boca custodia”, que quiere decir: “decidí no hablar, y guardé mi boca por no hablar mal”.

IX. De la lectura
Siempre que se coma o cene léase la santa lección. Si amamos a Dios, debemos desear oír sus santos preceptos y palabras. El lector que lee la lección os está enseñando a guardar silencio.

X. Del comer carne en la semana
En la semana, si no es en el día de Pascua de Navidad, de Resurrección, de la festividad de Nuestra Señora o Todos los Santos, bastará con comerla tres días, porque la costumbre de comerla corrompe el cuerpo. Si el martes fuese día de ayuno, que el miércoles os sea servida comida abundantemente. El domingo, dénseles dos manjares tanto a los caballeros como a los capellanes, en honor de la Santa Resurrección; confórmense los demás sirvientes con uno, y den gracias a Dios.

XI. Como deben comer los caballeros
Por regla general, conviene que los caballeros coman de dos en dos, para que con cuidado se provean unos a otros, para que aprecien la vida en la abstinencia y en el hecho de comer en común. Y nos parece justo que a cada uno de los caballeros se les den iguales porciones de vino separadamente.

XII. Que en los demás días llegue con dar dos o tres platos de legumbres
En los demás días, es decir los lunes, miércoles y sábados, basta con dar dos o tres manjares de legumbres, o de otra cosa cocida, para que, el que no coma de uno, coma de otro.

XIII. De las comidas del viernes
Los viernes es suficiente con dar comida de Cuaresma a toda la congregación, por la reverencia debida a la pasión de Jesucristo, excepto los enfermos y flacos, y desde Todos los Santos hasta Pascua, salvo el día del nacimiento del Señor, o en la festividad de Nuestra Señora o Apóstoles. Alabamos al que no la comiese el resto del tiempo. Si no fuese día de ayuno, cómanla dos veces.

XIV. Después de comer, que den gracias a Dios
Mandamos que después de cada comida y cena, si la iglesia está cerca, o en el mismo lugar, den gracias a Dios, que es nuestro procurador, con humilde corazón. Y mandamos que a los pobres se les den los trozos, guardándose los panes enteros.

XV. Que la décima parte del pan se dé al limosnero
Aunque el premio de la pobreza es el reino de los cielos, y sin duda se le deba a los pobres, mandamos dar cada día al limosnero la décima de todo el pan.

XVI. Que la colación esté al arbitrio del maestre
Después de ponerse el sol, oída la señal o la campana, según la costumbre, conviene que todos vayan a completas, habiéndose hecho antes la colación, que dejamos al arbitrio del maestre: cuando quisiese, que les dé agua, y cuando sea misericordioso, vino tibio o aguado, y esto no para hartarse sino con parsimonia, pues muchas veces hemos visto hasta a los sabios corromperse.

XVII. Concluidas las completas se guardará silencio
Concluidas las completas conviene que cada uno vaya a su cuarto y no se permita a los hermanos hablar en público, salvo caso de urgente necesidad, y lo que hubiese que decir se diga en voz baja y secreta. Puede suceder que, habiendo salido de completas, instando la necesidad convenga hablar de algún asunto militar, o acerca del estado de la casa, al mismo maestre o a quien lo supla con parte de los hermanos: entonces hágase, pero fuera de esto no, pues según consta en el décimo de los Proverbios: “Hablar demasiado no está exento de pecado”, y el duodécimo dice que la muerte y la vida están en la lengua. En lo que se hablase, prohibimos totalmente las palabras ociosas y las bromas que hagan reír, y, yéndonos a acostar, mandamos decir el padrenuestro, con humildad y devoción, si se habló de alguna cosa neciamente.

XVIII. Sobre los hermanos enfermos
Los hermanos que estén enfermos o fatigados a causa de la obra de la casa no necesitan levantarse en los maitines, sino que, con permiso del maestre o de quien estuviese en su lugar, descansen, y recen trece padrenuestros, como está establecido, de manera que el pensamiento acompañe a la voz, según aquello que dijo el profeta: “Cantad al Señor sabiamente” y “Te cantaré en presencia de los ángeles”. Esto siempre se debe dejar al arbitrio del maestre.

XIX. Sobre la vida en comunidad
En las Sagradas Escrituras se lee que se repartiría a cada uno según sus necesidades. Por lo tanto no habrá excepción de personas, pero debe existir consideración con los enfermos, y así, el que menos necesidad tenga dé gracias a Dios y no se entristezca, y el que tiene necesidad que se humille y no clame por la misericordia. Y así todos estarán en paz. Y prohibimos que a nadie le sea lícito practicar una inmoderada abstinencia, sino que mantenga con firmeza la vida comunal.

XX. Sobre la vestimenta de los hermanos
Ordenamos que los hábitos sean siempre de un color, blanco o negro; y concedemos a los caballeros, en invierno y verano, capa blanca, pues ya que han abandonado la vida tenebrosa del mundo, con el ejemplo de las ropas blancas se reconozcan como reconciliados con el Creador: eso significa que la blancura representa la castidad. La castidad es la seguridad del coraje y salud del cuerpo, y si un caballero no se mantiene casto no puede ver a Dios ni gozar de su descanso, afirmándolo San Pablo: “Esforzaos en traer la paz y ser castos, sin lo cual no se verá a Dios”. Y estos vestidos carecerán de cosas superfluas y arrogantes. Mandamos a todos que solo con suavidad puedan vestirse y desnudarse, calzarse y descalzarse. El procurador de este ministerio, con vigilante cuidado, procure que esos vestidos no sean ni cortos ni largos, sino hechos a la medida de los que los usan, y así se los dé a los hermanos, según su cantidad. Recibiendo los nuevos, entreguen puntualmente los viejos para ponerlos en el cuarto que el hermano a quien corresponde este ministerio determinase, para los novicios y los pobres.

XXI. Que los sirvientes no traigan vestimenta blanca
Contradecimos firmemente lo que sucedía en la Casa del Señor, y de sus soldados del Temple, sin discreción ni consentimiento del común Cabildo, y lo mandamos abandonar de todo, como si fuese un particular vicio. Tenían en otro tiempo los sargentos y escuderos vestidos blancos, que ocasionaban insoportables daños, porque en las partes ultramarinas ciertos fingidos hermanos, casados, y otros, decían que eran del Temple, siendo del mundo, lo cual trajo muchos escándalos. Por eso, traigan los mencionados sirvientes del Templo mantos negros, y si no se pudiesen encontrar, traigan los que se pudiesen conseguir en la provincia en la que residan, o con el color más bajo que se pudiese encontrar, es decir, pardo.

XXII. Que solo los caballeros lleven vestidos blancos
A nadie le es concedido llevar vestidos blancos, o capas blancas, sino a los mencionados caballeros de Cristo.

XXIII. Que usen pieles de carneros o corderos
Determinamos de común consejo que ningún hermano use pieles, o cosa semejante, que pertenezca al uso de su cuerpo, excepto de carnero o cordero

XXIV. Que las vestiduras viejas se repartan entre los escuderos y sirvientes
Que el procurador de los paños reparta igualmente los viejos entre los escuderos y sirvientes, y a veces entre los pobres, con fidelidad.

XXV. Que al que desee el mejor vestido se le dé el peor
Si algún hermano quisiera, ya por mérito o por soberbia, el más bello o mejor vestido, merecerá sin duda el peor.

XXVI. Que se guarde la cantidad y la calidad de los vestidos
Que el largo de los vestidos sea según el cuerpo de cada uno, y al ancho también, y sea en esto curioso el procurador.

XXVII. Que el procurador de los paños observe igualdad
Que el procurador guarde igualdad en la longitud y medida, de manera que ninguno de los envidiosos o malquistos lo vea o note; y así, mírelo todo con fraternal afecto, que de Dios tendrá la retribución.

XXVIII. Del exceso del pelo
Conviene que todos los hermanos tengan bien cortado el pelo por delante y por detrás con cuanto orden se pueda, observándose lo mismo en la barba y el bigote, para que el exceso no denote vicio en el rostro.

XXIX. De los zapatos puntiagudos y los de cordones
Puesto que los zapatos puntiagudos y los de cordones son cosas de los gentiles, y como sea abominable a todos, lo prohibimos y lo contradecimos, para que nadie los tenga; antes carezca de ellos. A los otros sirvientes que estuviesen por tiempo tampoco permitimos que tengan ni pelo superfluo ni inmoderada longitud en el vestido, antes bien lo contradecimos. Los que sirven a Dios es necesario que sean limpios en su interior y su exterior, pues así lo afirma el Señor: “Sed limpios, porque yo lo soy”.

XXX. Del número de caballos
A cualquiera de los caballeros le es lícito tener tres caballos, porque la eximia pobreza de la casa de Dios y del Templo de Salomón no permite al presente más, sino es con licencia del maestre.

XXXI. Que ningún caballero castigue al escudero que le sirve gratuitamente
Solo se le concede a cada caballero un escudero, y si este sirviese de gracia o caridad,
 es lícito castigarlo o herirlo por cualquier culpa.

XXXII. Como se ha de recibir a los caballeros
Mandamos a todos los caballeros que desean servir a Dios con pureza de ánimo, y en una misma casa, por un tiempo, que compren caballo y armas suficientes para el servicio cotidiano, y todo lo que fuese necesario; además, juzgamos bueno y útil que se valoren dichos caballos por ambas partes, guardada igualdad, y que se ponga por escrito para que no se olvide. Todo lo que necesitase el caballero para sí, para el caballo y el escudero, se lo dé dicha casa, con fraternal caridad; y si al caballero, por alguna circunstancia, le muriese el caballo en este servicio, el maestre que tiene el mando le dará otro; y, llegando el tiempo de volver a su patria, dará la mitad del precio que costó el caballo que se le dio, y la otra mitad correrá a cargo de los hermanos, si el caballero quisiera.

XXXIII. Que ninguno ande según su propia voluntad
Conviene a los caballeros, así por el servicio que profesaron como por la gloria de la bienaventuranza o temor del infierno, que guarden obediencia perpetuamente al maestre. Se ha de observar lo que fuera mandado por el maestre, o quien lo substituya, y se ha de ejecutar sin tardanza, como si Dios lo mandase, no habiendo dilación en ejecutarlo; de estos dice el salmo 17: “Luego que me oíste, me obedeciste”.

XXXIV. Si es lícito andar por lugar o villa sin licencia del Maestre
Mandamos y firmemente encargamos a los caballeros que han renunciado a sus propias voluntades y a los demás que sirven temporalmente que, sin licencia del maestre, o del que este en su lugar, no osen salir a la ciudad, excepto de noche para al Santo Sepulcro y Estaciones, que están dentro de las murallas de la Santa Ciudad.

XXXV. Si les es lícito andar solos
No osen andar sin compañero o caballero ni de día ni de noche; y, cuando se hospedasen, ningún caballero, escudero o sargento ande por los alojamientos de otros, con motivo de verlos y hablarles, sin licencia (como ya se dijo más arriba). Y aconsejamos que en esta orden, como ordenado por Dios, ninguno luche en ella ni descanse sino según el mandato del maestre, a quien incumbe, para que imite la sentencia del Señor: “No vine a hacer mi voluntad, sino la de mi padre que me envió”.

XXXVI. Que nadie, por su nombre, pida lo que necesita
Esta costumbre, entre todas las demás, os ordenamos que observéis estricta y firmemente: que ningún hermano pida explícitamente el caballo o la armadura a otro; pues si su enfermedad, o la debilidad de sus caballos, o su armadura es tan pesada que el hermano no puede realizar la labor de la casa sin sufrir daño por ello, acuda al maestre, o a quien esté en su lugar, y demuestre la causa con verdadera y pura fe, y esté en la disposición del maestre la causa y determinación.

XXXVII. De los estribos y las espuelas
De ninguna manera queremos que sea lícito a ningún hermano comprar o traer oro o plata, que son divisas particulares, en bridas, estribos ni espuelas; pero si éstas les fuesen dadas por caridad, a tal oro y plata se les dé tal color que no lo parezca y centellee tan espléndidamente que parezca arrogancia; si fuesen nuevos los citados instrumentos, haga el maestre de ellos lo que quisiese.

XXXVIII. Sobre el cubrir las lanzas
Que ningún hermano cubra su escudo o su lanza, porque entendemos que no aprovecha, más bien daña.

XXXIX. De la licencia del maestre
Es lícito al maestre dar caballos y armas a cualquiera, u otra cosa.

XL. Sobre los cerrojos
Saco o maleta con llaves no se conceden sin permiso del maestre o del que esté en su lugar. En este capítulo no se incluyen los comendadores, ni el maestre, ni los que habitan en otras provincias.

XLI. De la correspondencia
De ninguna manera sea lícito a cualquier hermano escribir a los padres, ni a otro cualquiera, sin consentimiento del maestre o de su comendador; y después de que el hermano obtuviese permiso, en presencia del maestre, si le place, se lea. Si los padres le mandasen alguna cosa, no presuma de recibirla, sino fuese mostrándosela al maestre. En este capítulo no se contiene al comendador y al maestre.

XLII. Que nadie se ufane de sus culpas
Como toda palabra ociosa es pecado, de los que se jactan de ellas sin ser ante su Juez ciertamente dice el profeta: “Si de las buenas obras, por virtud de la taciturnidad, debemos callar, cuanto más de las malas palabras por la pena del pecado”. Prohibimos y contradecimos, pues, que ningún hermano cuente las necedades que hizo en el siglo, o en el servicio militar, ni los deleites que experimentó con mujeres miserables ose contárselos a su hermano, o a otro; y si oyese referirlas a otros, enmudezca y, cuanto antes pueda, con motivo de la obediencia, se aparte y no muestre buen corazón, complacencia o gusto al que las hubiera dicho.

XLIII. De los regalos
Si alguna cosa fuese dada de gracia a algún hermano, llévesela al maestre; si por el contrario, su amigo o padre no quisiese dársela sino a él, no la reciba hasta tener permiso del maestre, y si le fuese dada a otro no le pese, y tenga por cierto que si le pesa ofende a Dios. En esta regla no se incluyen los comendadores.

XLIV. De las bolsas para la comida
Útil es a todos que estén obligados a este mandato: ningún hermano haga bolsa para la comida principalmente de lino o de lana.

XLV. Que nadie ose cambiar y buscar otra cosa
Que ningún hermano cambie una cosa por otra y que tampoco pida hacerlo, a menos que se trate de algo insignificante, sin permiso del maestre o de quien desempeñe sus funciones.

XLVI. Que no se cace ave con ave
Determinamos que nadie se atreva a cazar ave con ave: no conviene a la religión acercarse de tal manera a los deleites mundanos, sino oír de buen grado los preceptos del Señor, orar frecuentemente y confesar a Dios las culpas en la oración, con lágrimas y sollozos. Ningún hermano presuma de ir con hombre que caza ave con otra ave.

XLVII. Que nadie hiera a fiera con arco o ballesta
Siendo conveniente a todo religioso comportarse con sencillez y humildad sin reír, y no hablar mucho, sino lo razonable y sin alzar la voz, especialmente mandamos a todo hermano profeso que no se atreva a herir con arco o ballesta, en el bosque, ni vaya con quien esto hiciese, sino es por guardarlo de algún pérfido gentil; ni ose ir con perros, ni gritar, ni espolee a su caballo con ánimo de cazar a la fiera.

XLVIII. Que al león siempre se hiera
Es cierto que se os ha encomendado especialmente dar vuestras almas por las de vuestros hermanos y extirpar de la tierra a los paganos incrédulos que son enemigos del hijo de la Virgen María. Por eso, la prohibición de ir de caza antes mencionada no incluye al león, porque del león leemos lo siguiente: “Llega sigilosamente, buscando a quien devorar”, y, en otra parte: “Sus garras están alzadas contra todos los hombre, y las manos de todos los hombres contra él”.

XLIX. Sobre el juzgar
Sabemos que los perseguidores de la Santa Iglesia son innumerables, y no cesan de inquietar incluso a aquellos que no quieren contiendas con ellos; y así, si alguno de éstos de las regiones orientales, o en otra parte, solicita alguna cosa de vosotros,  mandamos que los podáis escuchar en juicio, y lo que fuese justo lo ejecutéis sin falta.

L. Que esta regla se aplique en todas las cosas
Esta misma regla mandamos que se aplique en todas las cosas que injustamente se os hayan quitado.

LI. Que sea lícito a todos los caballeros profesos tener tierras y hombres
Creemos, por divina providencia, que este nuevo género de religión tuvo principio en estos Santos Lugares para que se mezclase la religión con la milicia, y así la religión proceda armada con la milicia y hiera al enemigo sin pecar. Juzgamos, según derecho, que como os llamáis caballeros del Templo podáis tener por este insigne mérito y bondad tierras, casa, hombres y labradores, y justamente gobernarlos, pagándoles lo que ganasen.

LII. Que se tenga gran cuidado con los enfermos
Estando enfermos los hermanos se ha de tener sumo cuidado y servirlos como a Cristo, según el Evangelio: “Estuve enfermo y me visitaste”. Y se han de cuidar con paciencia, porque de esto se nos dará celestial retribución.

LIII. Que a los enfermos se les dé todo lo necesario
Mandamos a los procuradores de los enfermos que les proporcionen todo lo necesario para la curación de sus dolencias, según las facultades de la casa: carnes, aves, etc., hasta que sanen.

LIV. Que no se provoquen la ira unos a otros
Conviene no poco huir de que se provoquen la ira unos a otros, porque en la proximidad y en la divina hermandad, tanto a los pobres como a los ricos, Dios los ligó con suma clemencia.

LV. Sobre el modo de recibir a los hermanos casados
Os permitimos tener hermanos casados de este modo: que si piden el beneficio y participación de vuestra hermandad, la parte que le corresponda de la hacienda que tuviesen ambos, y las demás que adquiriesen, las concedan a la unidad común del Cabildo después de su muerte, y entre tanto hagan honesta vida y procuren hacer el bien a los hermanos, y que no traigan vestidura blanca. Si el marido muriese antes, deje a los hermanos su parte y la otra quede para el sustento de su mujer. Pero no consideramos adecuado que, habiendo prometido los hermanos castidad a Dios, los cofrades habiten en su misma casa.

LVI. De las hermanas
La compañía de las mujeres es cosa peligrosa, porque el antiguo enemigo ha separado a muchos del recto camino del paraíso por juntarse con mujeres. Por eso, queridos hermanos, para que la flor de la castidad permanezca siempre entre vosotros, no es lícito usar esta costumbre y las damas, en calidad de freiras, no sean jamás recibidas en la casa del Temple.

LVII. Que los hermanos del Temple no se relacionen con excomulgados
Hermanos, se ha de temer y huir de que los caballeros de Cristo presuman de juntarse con un hombre excomulgado. Si solo tuviese prohibido oír el oficio divino, con el permiso del comendador podrán relacionarse con él y recibir caritativamente su hacienda.

LVIII. Como se debe acoger a los caballeros seglares
Si algún caballero, u otro seglar, queriendo huir y renunciar al mundo desea elegir vuestra compañía, no se reciba enseguida, sino según aquello de San Pablo: “Probad si el espíritu es de Dios”. Pero para que le sea concedida la compañía de los hermanos léase la Regla en su presencia y, si quiere obedecer sus mandatos, si al maestre y hermanos place recibirlo, convocados los hermanos en capítulo haga presente ante todo su deseo y petición con corazón puro.

LIX. Que a los Cabildos secretos no se llame a todos los hermanos
No siempre mandamos llamar a todos los hermanos a Cabildo, sino a aquellos que se consideren probos e idóneos. Cuando se trate de cosas mayores, como dar tierras, conferenciar la Orden, o recibir a alguien, entonces es competente llamarlos a todos, si al maestre le pareciese; y oídos los votos del Cabildo común, hágase por el maestre lo que más convenga.


sábado, 28 de marzo de 2015

Las Siete maravillas del Mundo Antiguo


Las Siete maravillas del Mundo, llamadas también “las Siete maravillas del Mundo Antiguo", fueron una serie de obras arquitectónicas, de gran magnitud, admiradas por los antiguos griegos y consideradas auténticas obras maestras. De todas ellas, la única que perdura hasta nuestros días es la Gran Pirámide de Guiza. Muchas han sido las listas confeccionadas a lo largo de la historia, siendo en el siglo XVI cuando el pintor alemán Maerten van Heemskerck creó siete cuadros con las obras que creyó ser las mejores, quedando estas maravillas como las oficialmente aceptadas.

Gran Pirámide de Guiza

La más antigua de las Siete maravillas de Mundo y la única que sigue en pie hoy en día, siendo la mayor de las pirámides de Egipto y situada a las afueras de El Cairo. Según la doctrina oficial, fue ordenada construir alrededor del 2570 a. C. por Keops, faraón de la cuarta dinastía. En la actualidad, multitud de investigadores barajan la posibilidad de que la Gran Pirámide ya estuviera ahí mucho tiempo antes de la llegada de Keops.

Se compone de unos 2.300.000 bloques de piedra, con un peso medio de dos toneladas y media por bloque, y llegando alguno de ellos a pesar hasta sesenta toneladas. Mucho peso para mover. Se supone que se construyó en veinte años, lo que nos dice que colocaban una media de 14 bloques a la hora. Bastante complicado de asimilar, teniendo en cuenta el peso y el esfuerzo que supondría colocar los bloque situados en lo más alto de la pirámide.



Jardines Colgantes de Babilonia

Construidos en el siglo VI a. C. durante el reinado de Nabucodonosor II en la antigua ciudad de Babilonia, junto al río Éufrates, de dónde se recogía el agua para regar las plantas de los majestuosos jardines, compuestos en su mayoría por palmeras y árboles frutales.

El rey de los caldeos quiso regalar algo a su esposa Amytis, hija del rey de los medos, que demostrara su amor por ella y le recordara las hermosas montañas de su tierra.

En realidad, los Jardines Colgantes de Babilonia no estaban suspendidos. El nombre proviene de la traducción de la palabra griega kremastos o del término en latín pensilis, que no significa "colgar" pero si "sobresalir". Los jardines estaban constituidos por terrazas que sobresalían unas de otras. En la terraza situada en la parte más alta, había un depósito desde el cual corría el agua hasta las demás.

Con el fin del Imperio Babilónico se fueron abandonando los jardines. Cuando Alejandro Magno llegó a la ciudad, en el siglo IV a. C., encontró los jardines medio en ruinas y abandonados. Finalmente fueron destruidos por el rey Evemero en el año 125 a.C.



Templo de Artemisa

Se trataba de un templo dedicado a Artemisa, diosa de la caza, y situado en el Éfeso (Turquía), al sur de la actual ciudad portuaria de Esmirna. Su construcción, ordenada por el rey Creso de Lidia, duró unos 120 años.

El templo estaba compuesto por varios edificios. El edificio más antiguo e importante era el Templo de Artemisa, que fue destruido por un incendio en el año 356 a. C.



Estatua de Zeus en Olimpia

Fue una escultura crisoelefantina elaborada por el famoso escultor clásico Fidias sobre el 436 a. C., en lo que actualmente se conoce como Olimpia (Grecia).

La estatua ocupaba la totalidad del ancho del pasillo del templo construido para albergarla. De acuerdo con una fuente contemporánea, medía aproximadamente doce metros de alto. Zeus fue esculpido en marfil  y los detalles dorados eran de oro macizo.

La obra representaba a Zeus sentado en su trono con el torso desnudo, un manto alrededor a las piernas y una corona de olivo en la cabeza. En la mano derecha sostenía una figura de Niké, diosa de la victoria, y en la izquierda el cetro rematado por un águila; las sandalias eran de oro. El trono estaba construido de marfil, ébano, oro y piedras preciosas.

Cuenta la leyenda que el emperador Calígula ordenó cortar la cabeza de la estatua. Los soldados romanos enviados para realizar la tarea oyeron la fortísima carcajada de Zeus, huyendo del lugar atemorizados y sin llegar a cumplir la orden de Calígula.



Mausoleo de Halicarnaso

Era una tumba construida entre el año siglo IV a. C. para Mausolo, en Halicarnaso, lo que hoy en día es Bodrum (Turquía).

Medía 45 metros de altura, y sus cuatro plantas estaban adornadas con relieves creados por los escultores griegos Leocares, Briaxis, Escopas de Paros y Timoteo. Antípatro de Sidón, asombrado por su estética,  lo consideró como una de las Siete Maravillas del Mundo.

En la actualidad, la palabra mausoleo significa monumento funerario o sepulcro de grandes dimensiones.



Coloso de Rodas

Fue una gran estatua realizada por el escultor Cares de Lindos en la isla de Rodas (Grecia) en el año 292 a. C., y representaba al dios griego del Sol, Helios. Medía 32 metros y estaba hecha de placas de bronce sobre un armazón de hierro. Un terremoto la destruyó en 226 a. C.

La información que tenemos de la obra, es la que dejaron escritores antiguos como Plinio el Viejo, Polibio y Estrabón, y la que encontramos en las crónicas bizantinas de Constantino VII Porfirogéneta, Miguel el Sirio y Filón.



Faro de Alejandría

Fue una torre construida en el siglo III a. C. en la isla de Faro, en Alejandría (Egipto), para servir como punto de referencia del puerto y como faro. Su altura estaba entre los 115 y los 150 metros. Fue, durante muchos siglos, una de las estructuras artificiales más altas del mundo. Antípatro de Sidón la nombró una de las Siete maravillas del mundo.

Construido por el arquitecto Sóstrato de Cnido por orden de Ptolomeo I. Era una gran torre de 134 metros de altura, en lo alto, una hoguera nocturna marcaba la posición de la ciudad a los navegantes. El faro tenía forma octogonal, se alzó sobre una plataforma de base cuadrada, y fue construido con bloques de mármol ensamblados con plomo fundido. En la parte más alta un gran espejo metálico reflejaba la luz del sol durante el día, y por la noche proyectaba la luz de la hoguera a una distancia de hasta cincuenta kilómetros.

Sufrió el mismo destino que el Coloso de Rodas, acabando destruido por un terremoto, a principios del siglo XIV.




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martes, 24 de marzo de 2015

Isaac Newton y la Piedra Filosofal


Isaac Newton nació  el 4 de enero de 1643, en Woolsthorpe-by-Colsterworth, Reino Unido. Murió el 31 de marzo de 1727, en Kensington, Londres. Fue un físico, filósofo, teólogo, inventor, alquimista y matemático inglés, conocido, entre otras cosas, por la ley de la gravitación universal y el establecimiento de las bases de la mecánica clásica mediante las leyes que llevan su nombre. Pero lo que la mayoría de la gente desconoce es que Newton fue un alquimista.

¿Qué es la alquimia?

Según la RAE: “Conjunto de especulaciones y experiencias, generalmente de carácter esotérico, relativas a las transmutaciones de la materia, que influyó en el origen de la ciencia química. Tuvo como fines principales la búsqueda de la piedra filosofal y de la panacea universal”.

La alquimia siempre ha estado relacionada con el hermetismo, sistema filosófico y espiritual que tiene sus raíces en Hermes Trimegisto, una dios  grecoegipcio y legendario alquimista. Su idea más destacada es la que nos ha llegado a través del cine, los libros y la TV: la búsqueda de la piedra filosofal. La piedra filosofal es una sustancia alquímica capaz de convertir los metales bases, tales como el plomo, en oro o plata. Además, se suponía que podía ser utilizada como elixir de la vida, para conseguir rejuvenecerse o lograr la inmortalidad.


Newton el alquimista

La faceta alquimista de Newton es algo que no se supo hasta mucho tiempo más tarde ya que, en aquella época, la alquimia era totalmente  ilegal. Por tal motivo, Newton utilizó un seudónimo para firmar sus trabajos. Lo haría como Jeova Sanctus Unus, que es un anagrama del nombre latinizado de Isaac Newton, Isaacus Neuutonus - Ieova Sanctus Unus.  Se cree que Newton escribió más de un millón doscientas mil palabras de materia alquimista, en unas 2500 páginas. Un total de 169 libros, entre los que destacan: Theatrum Chemicum, The Vegetation of Metals, Index Chemicus, De Natura Acidorum, Ripley Expounded, Tabula Smaragdina y Praxis (el más importante). Escribió mucho más sobre alquimia que sobre Física. Tenía varios libros de cabecera relacionados con la alquimia; El libro Secreto de Arthefio, la obra de Nicolás Flamel (dedicada a la búsqueda de la piedra filosofal) y el Theatrum Chemicum, que era uno de las primeras obras alquímicas.

En un escrito suyo aparece una fórmula para obtener la piedra filosofal, objetivo principal de todo alquimista. Sin embargo, el uso de un lenguaje alegórico y hermético propio de los alquimistas, hace que estos textos sean complicados de entender. Newton escribe: “La acción mediadora de las palomas de Diana que se manifiesta cuando se mezcla mercurio con el hermano de éste, el oro filosófico del que recibirá la simiente espiritual…” (Las palomas de Diana hacen referencia a la plata). También utiliza alegorías alquímicas como “el león verde” para referirse al antimonio, o “el águila de Júpiter” en relación al mercurio sublimado. Expresiones como “He hecho volar a Júpiter sobre su águila”, estaban basadas en que, al igual que el águila devora a otras aves, el mercurio destruye al oro.

León verde dibujado por Newton

Durante un tiempo, Newton sufrió una crisis de funcionamiento nervioso, o una supuesta psicosis. Sus síntomas fueron: temblor, insomnio severo, delirios de persecución, ideas paranoides, problemas con la memoria, confusión mental, y retirada o deterioro de las amistades personales. El problema fue debido a un envenenamiento por mercurio, cuyos vapores habría inhalado en sus experimentos de laboratorio. En la exhumación de su cadáver se analizó su cabello, encontrando niveles de cuatro veces el plomo, arsénico y antimonio, y quince veces el mercurio normal en una persona.


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sábado, 21 de marzo de 2015

Jarabe Coca-Cola: De venta en farmacias


¿Quién no conoce la famosa bebida refrescante Coca-Cola? Lo que no todo el mundo sabe, aunque se va conociendo cada vez más, es que en sus inicios la conocida bebida se trataba de un jarabe, y no se vendía en tiendas de comestibles ni en las barras de los bares, sino en las farmacias.

Su creador fue el farmacéutico John S. Pemberton. Mientras intentaba crear un jarabe que remediase los problemas digestivos, y que además aportara una buena dosis de energía, dio con la fórmula secreta más conocida en el mundo entero. La primera vez que se comercializó la Coca-Cola fue en 1886, hace más de 120 años, en la farmacia Jacobs, a un precio de 5 céntimos el vaso. Se vendían una media de nueve unidades al día. Tan solo tres semanas después de su puesta en venta, ya aparecía anunciada en prensa.

Poco tiempo necesitó Pemberton para percatarse de que su bebida podía convertirse en todo un éxito. Frank Robinson, su contable, creó la marca y diseñó el famoso logotipo, que ha perdurado hasta nuestros días. En 1891, Pemberton, Robinson, el farmacéutico Asa G. Candler y su hermano John S. Candler fundan conjuntamente The Coca-Cola Company. En 1893 registran la marca en la Oficina de Registro de la Propiedad Industrial de los Estados Unidos.

La primera vez que se embotelló Coca-Cola fue en una tienda de caramelos de Vicksburg, usando pequeñas botellas de cristal. En 1897 la Coca-Cola ya se vendía en todo el país, y se firmaba un acuerdo para exportar la bebida a otros países.

Cada embotellador utilizaba un envase diferente. Esto representaba un problema, ya que creaba confusión entre los consumidores, que encontraban diferentes modelos de botella dependiendo de la zona. El mítico diseño de la botella Contour, se creó en 1915, y fue elegido mediante un concurso entre embotelladores de Coca-Cola.

A principios del siglo XX, Coca-Cola era embotellada en más de 400 plantas en EEUU, Canadá, Panamá y Cuba. En 1985 se decidió cambiar su sabor, pero esto significó un fracaso de tal magnitud que hubo que volver a la fórmula anterior.


Como dato curioso, la Coca-Cola le debe su nombre a la cocaína, droga que se incluía en su receta original. Concretamente contenía una dosis de 8,45 milígramos por vaso. Pero no hay que alarmarse, ya que en aquella época era muy habitual encontrar bebidas con semejante ingrediente “energético”. Fue en 1902, tras conocerse los efectos perjudiciales de la droga, cuando la compañía decidió prescindir de la sustancia en su fórmula secreta. 


miércoles, 18 de marzo de 2015

Lo que no sabías de las sirenas


Cuando nos mencionan a las sirenas, a la mayoría de personas nos viene a la cabeza la imagen de La Sirenita, aquel personaje creado por la conocida productora de animación infantil Walt Disney. Esa inocente y hermosa chica, mitad mujer, mitad pez. Es la idea de sirena que ha quedado marcada en el consciente colectivo, debido las películas y series de TV. Pero las sirenas no siempre fueron así.

Diferencias entre las sirenas originales y La Sirenita

· En su origen, las sirenas no tenían cola de pez. Eran seres con cuerpo de ave y cara de mujer.
· No vivían bajo el mar, sino en una isla perdida en el Mediterráneo.
· Para nada eran inocentes. Con sus hipnóticos cantos atraían a los marineros hacia la isla. Estos se estrellaban contra las rocas, donde eran devorados vivos por las sirenas, que dejaban toda la costa repleta de huesos.

Las primeras sirenas en la mitología griega

La primera mención que encontramos, acerca de las sirenas, es en la Odisea de Homero. Poema épico creado, posiblemente, en el siglo VIII a.C. En él, Ulises y sus compañeros pasan ante ellas. Ulises, sabiendo que, a través de sus cantos, hipnotizaban a los marineros para atraerlos hacia ellas y devorarlos, ordena que lo aten al mástil del barco, y que todos se tapen los oídos con cera para no poder oírlas. Ulises, desesperado, suplica que le liberen para poder ir con ellas. Pero al no oírle sus compañeros, consiguen escapar de los encantos de las sirenas.

Apolodoro, en su Biblioteca mitológica (Epítome VII, 18-19), hace la siguiente mención:

Y (Odiseo) costeaba la isla de las Sirenas. Las Sirenas eran hijas de Aqueloo y Melpómene, una de las Musas, Pisíone, Agláope y Telxiepia. De esas una tocaba la cítara, otra cantaba y otra tocaba la flauta, y por medio de estas habilidades persuadían a los que navegaban a que se quedasen; y tenían desde los muslos formas de pájaros. Odiseo, al costearlas, queriendo oír su canto, como Circe le había aconsejado, tapó los oídos de sus compañeros con cera y ordenó que él mismo fuera atado al mástil. Y persuadido por las Sirenas a quedarse, pedía ser desatado, pero ellos lo ataban aún más, y así pasó navegando.

Y el filósofo griego Heráclito de Éfeso nos dice:

Cuenta el mito que estas tenían una naturaleza doble, pues las extremidades inferiores las tenían de ave, pero el resto de su cuerpo era de mujer, y que aniquilaban a los que pasaban navegando a su lado. Eran unas artesanas destacadísimas en el manejo de instrumentos musicales y por la dulzura de su canto, bellísimas; los que topaban con ellas veían consumidas sus haciendas. Y se decía que sus extremidades inferiores eran de ave por la rapidez en que se apartaban de los que habían perdido sus bienes.



La sirena mitad pez

El primer testimonio escrito que tenemos de la sirena como un híbrido entre mujer y pez, es en el Liber Monstrorum, uno de los bestiarios medievales más importates, escrito a finales del siglo VII o principios del siglo VIII. El manuscrito describe lo siguiente:

Las sirenas son doncellas marinas que engañan a los navegantes con su bellísimo aspecto y con su canto halagüeño; tienen desde la cabeza hasta el ombligo cuerpo de doncellas y son muy parecidas a los humanos, pero poseen escamosas colas de pez, con las que se ocultan siempre en el oleaje.

Posiblemente, y esto es una opinión personal, la idea de sirena que tenemos hoy en día podría bien ser una fusión de seres mitológicos relacionados. A la sirena descrita en el Liber Monstrorum se le podría haber unido la figura de otros seres mitológicos, como las nereidas. Las nereidas eran ninfas que vivían en las profundidades del Mar Mediterráneo. Emergían a la superficie para socorrer a los navegantes. Cantaban con voz melodiosa y portaban el tridente de Poseidón, al cual servían. Otra variante eran las náyades, de agua dulce.

La verdadera Sirenita

La Sirenita, es originalmente un cuento del escritor y poeta danés Hans Christian Andersen, creador, entre otros, del Patito feo y La Reina de las nieves (que inspiró la película Frozen, de Walt Disney).

En el cuento de Anderen, se pueden apreciar importantes diferencias entre el personaje original y el que podemos ver en la adaptación para la famosa película de animación. La Sirenita original, al igual que la de Disney, vive en un mundo subacuático con su padre el rey del mar. Sus hermanas y su abuela también viven con ella. Cuando las sirenas cumplen los 16 años de edad, se les permite subir a contemplar la superficie.

Al cumplir los 16 años, la Sirenita emerge y ve un barco, en el que navega un apuesto príncipe del que se enamora locamente. De repente, se desata una tormenta y el príncipe cae al agua quedando inconsciente. Ella lo salva, llevándolo hasta la orilla, cerca de un templo, donde una mucha lo encuentra. El príncipe no llega a ver a la Sirenita.

La Sirenita le pregunta a su abuela si los hombres viven por siempre si no se ahogan. Su abuela le explica que los hombres tienen un tiempo de vida más corto que las sirenas, pero conservan su alma que va al cielo,  y que ellas se convierten en espuma al morir, dejando de existir. La Sirenita, deseando tener un alma eterna, visita a la Bruja del Mar, la cual le vende una poción que le dará piernas a cambio de su voz. La bruja le advierte que, una vez se tome la poción, no habrá marcha atrás, y que podrá bailar mejor que ningún humano, pero que cuando lo haga sentirá como si caminara sobre espadas tan afiladas que la hicieran sangrar. Además, solo conseguiría su alma si el príncipe se enamoraba de ella, de lo contrario, la Sirenita moriría con el corazón roto, convirtiéndose en espuma de mar.

A pesar de las advertencias, la Sirenita bebe la poción, y va en busca del príncipe. Él se siente atraído por ella, a pesar de ser muda, encantado por su forma de bailar, que a ella tanto sufrimiento le produce. Sin embargo, el príncipe se casa con la princesa del reino vecino, que era la chica que le encontró inconsciente en la orilla, pensando que fue ella quien le salvó.


Pero antes de morir la Sirenita, aparecen sus hermanas con un cuchillo mágico que la Bruja del Mar les entregó a cambio de su largo cabello. Si la Sirenita mata al príncipe, y deja correr su sangre por sus pies, se convertirá de nuevo en sirena. Pero ella es incapaz de matar a su amado. La pobre se lanza al mar, donde se convierte en espuma. Sin embargo, no deja de existir, se transforma en un espíritu, en una hija del aire.