¿Te has portado bien? Más te
vale, si no quieres que venga a buscarte el Hombre
del Saco. Con ese tipo de siniestras advertencias se intenta conseguir,
desde hace generaciones, que los niños se porten bien, o que no anden solos por
las calles. El Hombre del Saco (hombre
de la bolsa, viejo del saco…según el país) es un personaje folclórico, que
busca a los niños malos o extraviados para llevárselos en su saco.
Como todas las leyendas, esta varía
en algunos matices dependiendo del lugar. En lo que sí coinciden es en que se
lleva a los niños en su saco y, según la mayoría de versiones, los necesita
para extraerles las mantecas. Este hecho hace que se fusione su figura, en
ocasiones, con la del también conocido Sacamantecas.
Hace tiempo, se creía en la
absurda idea de que las mantecas obtenidas de los niños podían sanar enfermedades como la
tuberculosis. Esa creencia era defendida y difundida por curanderos. Es el caso
del Crimen de Gádor. Muchos han
querido ver el origen del Hombre del Saco
en aquel macabro suceso, y motivos no faltan para ello.
El crimen de Gádor
En un municipio de Almería,
Gádor, tuvo lugar un acto tan atroz, que tan solo voy a describir lo esencial
para comprender la magnitud de la barbarie. De todos modos, no es una historia
apta para mentes sensibles ni, por su puesto, para menores.
Nos encontramos en un pueblo
andaluz, en verano de 1910. Francisco Ortega, el “Moruno”, sufría una fuerte
enfermedad en el pecho, posiblemente tuberculosis. Una vecina suya, llamada
Agustina, sabía de un remedio para curar ese tipo de dolencias. Ella era
habitual del curandero del pueblo, Francisco Leona, un tipo con antecedentes
que aplicaba los estrafalarios remedios típicos de su “profesión”. Parece ser
que acordaron que la mejor cura, para la afección del “Moruno”, era beberse un
vaso lleno de sangre de niño, y posteriormente aplicarse unas compresas con
manteca del niño en el pecho.
Agustina se prestó voluntaria a
solucionar el asunto, junto a sus dos hijos y el curandero, por un módico
precio. El “Moruno” debería pagar un total de 3.000 de los antiguos reales, a cambio de
que le proporcionaran lo que precisaba para paliar su enfermedad.
El curandero Leona quedó con uno
de los hijos de Agustina, Julio, en la desembocadura del barranco de Jalvo,
confluencia del río Andarax, el día 28 de junio de 1910. Escogieron aquel lugar
por haber allí una frondosa higuera, a la cual los niños acudían en busca de brevas
en la víspera de San Pedro.
Tal como habían previsto, no
tardaron en aparecer junto al río tres niños. Julio y Leona salieron de detrás del matorral
donde estaban ocultos, y llamaron a uno de ellos para que se acercara. Los
otros dos siguieron su camino, desentendiéndose del tema. Le ofrecieron a
Bernardito (que así es como se llamaba la víctima) ir a comer brevas y
albaricoques con ellos. El chiquillo aceptó la propuesta tras vacilar un momento.
Al llegar a la carretera, el
niño, oliéndose que algo raro sucedía, dijo haber cambiado de idea y no querer
ir con ellos a comer brevas ni albaricoques. Leona le asestó un golpe y acto
seguido le metió en un saco que llevaba para la ocasión. Se lo puso a Julio en la espalda para que cargara con él y partieron hacia el cortijo donde esperaba
Agustina. Al cabo de un rato Julio se negó a seguir cargando con el saco, pero
Leona, agarrando una piedra, le amenazó con matarle allí mismo si no continuaba.
Cuando llegaron al cortijo, la
madre de Julio le ordenó llamar al “Moruno” para avisarle de que todo estaba
listo, tal cual lo planeado. Esperaron a que llegara José de trabajar, el
hermano de Julio y, una vez estuvieron todos, comenzó la grotesca escena.
Agustina levantó la camisa del niño y sujetó un vaso para recoger la sangre del
niño, que brotaba de una de sus axilas, donde Leona le había asestado un
pinchazo. El “Moruno” esperaba sentado en una silla, contemplando la imagen
como si nada pasara, con espantosa calma. Cuando el vaso estuvo lleno, Agustina
le añadió un poco de azúcar y se lo entregó al enfermo, que tras bebérselo todo
de un trago exclamó: “Antes es mi vida que Dios”. Se marchó a su casa a esperar
que le trajeran las mantecas para aplicárselas en el pecho.
Agustina, sus dos hijos y el
curandero volvieron a meter al niño, aún con vida, en el saco. Lo llevaron a un
barranco donde acabaron con su triste existencia arrojándole piedras. Al comprobar que estaba muerto, se pusieron a la inimaginable tarea de extraerle
las mantecas para llevárselas al “Moruno”. Y allí dejaron el cadáver del
desgraciado niño, oculto bajo una gran piedra.
Al día siguiente, Julio acudió al
Juzgado, seguramente por no haber cobrado su parte del pago. Aseguró que se
había encontrado el cadáver cuando había salido a cazar. Cuando la Guardia
Civil investigó los hechos, todo el pueblo incriminó a Leona, sabedores de sus
prácticas y sus antecedentes.
Tras las oportunas
investigaciones y el juicio, Leona fue condenado al garrote vil, aunque murió
en prisión. Agustina y el “Moruno” fueron ejecutados. José, hijo de Agustina,
fue condenado a 17 años de prisión y a su hermano Julio, al que llamaban el Tonto, le concedieron el indulto por ser considerado demente.
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