Si hay algo en lo que todos estaremos de acuerdo es que Sherlock Holmes es el detective más famoso y resolutivo de todos los tiempos. Cierto
es que el relato de este personaje ficticio difícilmente se podría equiparar a
la vida real, pero el caso que hoy conocerás no dista mucho de los casos que
investigaba.
Un asesinato, un sospechoso y un veredicto. A simple vista,
son los elementos clave para que tengamos un juicio justo. Sin embargo, no es
lo que le sucedería a Oscar Slater, un hombre que fue señalado y
condenado por la justicia en un proceso opaco y falto de pruebas sustanciales.
Quién fue Oscar Slater
Oscar Slater, cuyo nombre real era Oskar Josef Leschziner,
era alemán de nacimiento y de origen judío. Como podemos imaginar, a comienzos
del siglo XX ser judío no era precisamente un camino de rosas, ya que los
nacionalismos y el antisemitismo se acrecentaban con cada año que pasaba.
Slater nació en 1872 en Opole, Alta Silesia (Alemania),
aunque no tardaría mucho en mudarse a Londres, ya que corría el año 1893 y
se asegura que los motivos que lo empujaron al cambio de residencia y país
fueron ni más ni menos que esquivar el ingreso en el servicio militar.
Sea como fuere, nuestro protagonista no era precisamente
una de esas personas que conviene tener cerca, ya que la mayoría de
versiones coinciden en su actividad como corredor de apuestas, ilegal por
aquellos tiempos. El propio Doyle lo calificó como “Un hombre de mala
reputación”.
Incluso empleó diferentes alias, como Anderson, para
ocultar su verdadero nombre y aparentar diferentes roles en la sociedad del
momento. En 1899 se mudó a Edimburgo, mientras que en 1901 terminó fijando
su residencia en Glasgow.
Un dandy bien vestido que aseguraba ser dentista y vendedor de piedras
preciosas
Nuestro protagonista ofrecía un aspecto impoluto aunque la
realidad de sus acciones y fechorías lo llevarían ante la justicia en más de
una ocasión. Aunque terminaría siendo absuelto.
A comienzos del siglo XX, Slater todavía respondía al alias
de Anderson, aunque no tardaría en cambiarse oficialmente por Oscar Slater tras
haber decidido cambiar su fortuna cruzando el charco y hacer vida en Nueva York.
Sin embargo, su estancia en el país de las oportunidades
sería breve, apenas transcurridos unos días desde su llegada, recibió
noticias que le señalaban directamente como el culpable de un asesinato
cometido en Glasgow.
Y es precisamente aquí donde empieza el calvario de
un hombre que, a pesar de no contar con una trayectoria envidiable ni mucho
menos honrada, se convertiría en uno de los cabeza de turcos más famosos de la
época.
Marion Gilchrist, la adinerada solterona octogenaria
A finales de 1908, Marion Gilchrist fue brutalmente
asesinada en su casa y, a pesar de que entre sus posesiones se hallaban intactas
sus joyas, valoradas en más de 300.000 euros actuales, apenas se echaba en
falta un pequeño broche de diamantes.
La anciana vivía con su empleada del hogar, Helen Lambie,
la cual salió de la vivienda durante 10 minutos para ir a comprar el
periódico de la tarde. Momento que aprovechó el asesino para acceder a la
vivienda y perpetrar el crimen.
Arthur Adams, que era el vecino de la planta inferior,
fue alertado de golpes bruscos en casa de su vecina lo que le motivó a subir
para comprobar que todo estaba en orden. Tras varios intentos por recibir alguna
respuesta del interior, Lambie llegaba también de nuevo con el diario en la mano.
La sorpresa de ambos fue que al abrir la puerta de la
casa salió tranquilamente un hombre bien vestido sin mediar palabra. Suceso
que, por extraño que pareciera, dedujeron que se trataba de una visita de
cortesía a Gilchrist.
Un brutal asesinato perpetrado de forma rápida aunque poco silenciosa
Tras haber comprobado la cocina y la habitación principal,
Lambie alertó a Adams para que acudiera rápidamente al salón, donde se
encontraba Gilchrist tendida en el suelo y cubierta con una alfombra.
El rostro de la mujer estaba completamente destrozado por
los brutales golpes que había recibido y, aunque todavía mantenía un
hilo de vida, la mujer terminó por fallecer minutos después sin poder articular
palabra.
La escena del crimen mostraba un interés desmedido del
asesino por rebuscar entre los papeles personales de Gilchrist, así se
demostró al comprobar que una caja con documentos en la habitación de invitados
había sido forzada.
Slater por aquél entonces vivía relativamente cerca de
Gilchrist, mientras que su condición de extranjero y un par de detalles que
vas a conocer líneas más abajo, lo convirtieron directamente en el sospechoso
principal.
¿Quién sería el asesino de semejante atrocidad? Las miradas comenzaron a
apuntar al rastro del broche
Y es que, las casualidades de la vida habían provocado que Slater
hubiera emprendido rumbo a Nueva York apenas 5 días después de haberse
cometido el asesinato.
Mientras que por otra parte, se había identificado a un
hombre llamado “Anderson” que intentó vender un recibo de empeño de un
broche.
Con estos dos datos las probabilidades de haber cometido
semejante barbarie podrían ser merecedoras de sospechar de Slater, un
extranjero de dudosa reputación que vivía en la zona.
Pero lo cierto es que ni el broche empeñado se parecía al
robado ni la propia policía quiso reflejar en sus informes que dicho empeño
había sido realizado varios días antes del asesinato y que éste era suyo.
Inconsistencias en las teorías de la policía y un juicio plagado de dudas
Lo cierto es que las autoridades lo sorprendieron nada
más desembarcar en Nueva York dada su identidad falsa, pero su intención de
lavar su nombre y aclarar la confusión nada más ser conocedor de la noticia
provocaron que fuera detenido y llevado a juicio.
A pesar de que numerosos testigos aseguraron ubicar a
Slater en otro lugar el día del asesinato en incluso que el broche empeñado no
correspondía con el robado, nuestro protagonista terminaría siendo
condenado a la pena de muerte por asesinato el 27 de mayo de 1907.
Otros contactos incluso aseguraron que Slater les había
comunicado su intención de marcharse a Nueva York mucho antes de hacerlo,
pero estos argumentos tampoco sirvieron para que esta vez esquivara un
veredicto que le cambiaría la vida para siempre.
En aquellos años, la llamada antropología criminal,
tenía más peso incluso que los testimonios arriba reflejados. Unos ojos
furtivos o una peculiar forma de la nariz eran motivos más que suficientes
como para verificar que esa persona era capaz de haber cometido un delito de
tal calibre.
Fue tan sonada la injusticia que una parte de la sociedad logró llamar la
atención del juez
Aunque la policía y el propio juez estaban convencidos de su
participación en el crimen, una parte de la sociedad clamó contra la resolución,
tildada de injusta.
Su abogado, Ewing Speirs, logró reunir más de 20.000
firmas para esquivar la pena de muerte y conmutarla con la cadena perpetua
ante la falta de pruebas claras y concisas.
Y así fue, a falta de 2 días para terminar con su
vida, la pena fue revisada y modificada. Su destino sería vivir el resto de
su vida entre rejas realizando trabajos forzados.
La repercusión del juicio y el propio asesinato removió a la
sociedad, por lo que no fueron pocas las figuras importantes que decidieron
interesarse por el caso de Slater, entre los que estaría Arthur Conan Doyle.
El famoso “Método Holmes” fue aplicado para ayudar a resolver el
caso
Doyle, ya se había interesado por los extraños sucesos y
conjeturas que todavía sostenían el veredicto de cadena perpetua, pero no
fue hasta 1912 cuando decidió emplear sus técnicas y conocimientos para
enfrentarse a todos y cada uno de los motivos que seguían manteniendo a Slater
en la penitenciaria de Peterhead, conocida por su dureza como el “Gulag
de Escocia”.
Siguió sus pasos, indagó en el pasado de Oscar y desmontó
todas las teorías que lo convertían en culpable. Desde la razón que lo empujó a
irse a Nueva York hasta el martillo que asociaban a Slater con el que
supuestamente se había cometido el crimen.
Y es que, ni el martillo era lo suficientemente grande como
para destrozar a la pobre viuda, ni el la marcha a Nueva York era para huir de
la policía bajo un nombre falso, sino que Slater lo hizo para escapar con su
amante.
Además, Doyle también destacó la voluntad de volver a
Escocia del acusado nada más conocer su señalamiento, razón de peso para
dudar de su culpabilidad.
La víctima no presentaba signos de forcejeo, por lo
que se intuía que el asesino real conocía a la señora Gilchrist. Eso por no recordar
que el broche robado no era el mismo que el que pretendía vender Slater.
Sin embargo, ninguno de estos razonamientos y procesos que
Doyle llevó a cabo fueron escuchados por la justicia. Incluso publicó toda la
información asegurando que se trataba de un error total.
Años de trabajos forzados y diversos intentos para reabrir el caso
No solo fue Sir Arthur Conan Doyle el abanderado de la
causa, otros personajes como el policía y detective Thomson Trench
también se preocupó por tratar de esclarecer toda la información que, parece
ser, nadie quería escuchar.
Trench terminaría siendo destituido y expulsado de la
propia policía tras asegurar que sus propios compañeros habían cometido
irregularidades, así como de ocultar pruebas que hubieran salvado a Slater.
Lo triste para este detective fue que, aun estando expulsado
del cuerpo, fallecería antes de poder ver que su contribución al caso
terminaría arrojando resultados. Pues Oscar Slater seguiría preso durante
varios años más.
Todas estas pruebas nuevas, argumentos demoledores y
personajes relevantes no hicieron más que mover a la sociedad para suplicar
el perdón de Slater, cosa que no sucedería ni aun aportando Doyle que el
verdadero arma homicida fue una silla ensangrentada que el mismo médico
forense recalcó durante la investigación.
Helen Lambie, señaló a otro culpable antes de Slater
En 1914 se retomó el interés por el caso, ya que se
encontraron nuevas pruebas y testigos que asegurarían que el condenado no se
encontraba aquel día en la escena del crimen.
Además, la trabajadora de la señora Gilchrist, Helen
Lambie, afirmó haber señalado a otro culpable antes que poner todas las miradas
en Oscar Slater. No obstante y, sin sentido alguno, la policía también
obvió este detalle en la investigación inicial.
Trench ya había dejado caer la posibilidad de que el
verdadero culpable fuera uno de los familiares de la señora Gilchrist, su
sobrino. Sin embargo, la policía siguió acordando que esta información no
tenía validez. A su muerte, la viuda de Trench le hizo llegar a Doyle el
informe inicial donde se reunía toda la investigación del detective.
1925, un mensaje oculto en una dentadura para Conan Doyle
En 1925 fue liberado un preso que tenía relación directa con
Oscar Slater, que seguía realizando trabajos forzados en Peterhead.
Dentro de su dentadura postiza había un pequeño mensaje
oculto en el que la desesperación de Slater por recibir la ayuda de
Doyle terminaría siendo el punto de inflexión que le daría esperanza.
Este mensaje secreto, junto con el informe enviado a
Doyle por parte de la viuda de Trench en 1919, hicieron que Doyle se
rearmase de pruebas e interés por conseguir resolver el caso y sacar a un
pobre inocente que llevaba lustros encerrado.
Doyle asumió el caso. Utilizó su propio dinero e influencia
para retomar el contacto con políticos y demás cargos que le permitieran
reabrir la causa.
El 8 de noviembre de 1927, se conseguía demostrar que
fue la propia fiscalía quién había ordenado a la policía señalar a Slater,
obviando pruebas y escondiendo toda duda que señalase a cualquier otro
individuo.
"Oscar Slater
ha completado más de 18 años y medio de su cadena perpetua, y me siento
justificado al decidir autorizar su liberación en licencia tan pronto
como sea posible hacer los arreglos adecuados".
Estas fueron las declaraciones del Secretario de Estado
de Escocia, suficientes como para permitir que Slater recuperase su
libertad tras casi 20 años pagando por un crimen que no había cometido.
Oscar Slater fue compensado con 7.000 dólares que, a día de hoy, serían aproximadamente 100.000. Sin la ayuda de Doyle, Slater no habría conseguido lo que le correspondía por derecho; un juicio justo y su absolución.
El asesino nunca fue encontrado y la relación Slater-Doyle no terminó bien
Por si fuera poco, el broche final de esta historia lo
centraremos en la relación que mantuvieron nada más salir Slater y Conan Doyle,
la cual no llegó a buen puerto ya que el autor de Sherlock Holmes pretendía
cobrarle los servicios prestados al recientemente liberado.
Slater aseguró que no pagaría nada porque había sido
condenado injustamente por un crimen que no había cometido. Este acto hizo que
Doyle afirmara que era un hombre “poco honorable”.
El culpable nunca fue descubierto, aunque dada la
información y turbiedad del caso, es probable que fuera el sobrino. Aunque
nunca se retomó la investigación.
https://historia.nationalgeographic.com.es/a/crimen-resuelto-por-arthur-conan-doyle_16116
https://www.bbc.com/mundo/noticias-44792281
https://en.wikipedia.org/wiki/Oscar_Slater
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